miércoles, 18 de noviembre de 2009
Armero
La catástrofe puso en evidencia, por un lado, la falta de prevención de las autoridades colombianas -el volcán ya venía dando muestras cada vez más frecuentes de una posible erupción desde octubre de 1984- y por otro lado, la escasa preparación de los servicios de socorro de Colombia, que ante el desastre, reaccionaron con una lentitud exasperante. El caso de Omayra Sánchez (una adolescente de 13 años, que sobrevivió a la avalancha, pero quedó atrapada en la laguna que se formó, con los pies aprisionados en los escombros y la mayor parte del cuerpo sumergido bajo el agua, hasta que murió, tras 60 horas de agonía, a causa de un infarto) se convirtió en el más claro ejemplo de la ineptitud de los socorristas colombianos.
Aún hoy, la erupción de 1985 despierta el interés de toda la comunidad científica, y vulcanólogos de todo el mundo acuden al lugar, para interiorizarse del fenómeno, y tomar nota de los errores cometidos por las autoridades colombianas, a fin de evitar tragedias similares en otras partes del mundo.
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